Ser paciente y a la vez médico en Israel. Enfrentando un giro inesperado de la vida


En las historias de vida de los inmigrantes que hemos presentado a nuestros lectores, se relatan las contrariedades y retos propios de la adaptación a Israel y su sociedad; sin embargo, existe otro tipo de dificultades muy poco predecibles que los inmigrantes deben afrontar como en esta historia de una inmigrante venezolana quien vivió la experiencia de ser paciente y a la vez médico en Israel.

Anat Bierman proviene de una familia judía venezolana caracterizada por su afecto hacia la tierra de Israel. Anat conoció el país en varios viajes cortos y cuando se encontraba terminando su carrera de medicina en Caracas decidió buscar su especialización en Israel, motivada por los familiares y amigos que ya se encontraban en ese entonces en Israel y por su conocimiento de la difícil situación hospitalaria en Venezuela.

Luego de finalizar su año rural o práctica médica, Anat, a sus 23 años, aplicó a un programa especial de la Agencia Judía dirigido a los profesionales jóvenes judíos de diferentes áreas en el que tenían la oportunidad de realizar pasantías mientras estudiaban hebreo durante nueve meses.

En el año 2007 Anat viajó a Tel Aviv en el marco del programa para jóvenes profesionales en el que además se les permitía a los médicos presentar el examen estatal para la revalidación del título de medicina sin encontrarse en un plan de aliá (programa de inmigración para judíos), es decir en calidad de turista.

Según su experiencia con el examen de validación, Anat considera que este no mide de manera justa y adecuada los conocimientos en medicina. El apoyo que recibió por parte de sus amigos con los trámites y preparación para el examen le ayudó a Anat a enfrentarlo mejor.

El puntaje mínimo para la aprobación de la prueba es de 60 sobre 100; en su primer intento ella obtuvo 59 puntos, pero estaba convencida de que algunas preguntas habían sido mal calificadas. Por eso,  ella solicitó una revisión de su puntuación con el apoyo de un amigo colombiano quien le ayudó a elaborar la carta de apelación en hebreo. La respuesta a su misiva tardaría algún tiempo en llegar.

Mientras tanto, como parte del programa de la Agencia Judía, la médica venezolana realizó una práctica de dos meses en el Hospital Meir de la ciudad de Kfar Saba, tiempo en el que ella no tenía aún autorización para tener contacto con los pacientes,  pero podía mirar y estar presente mientras los atendían y así continuar estudiando el idioma en el campo de acción.

Luego de culminados los nueve meses del programa, Anat regresó a Venezuela para organizar los trámites para su proceso de inmigración a Israel o aliá, tiempo en el que recibió una carta donde se reconocían los errores en varias preguntas del examen las cuales fueron eliminadas, dándole así a la médica su aprobación en la prueba.

En enero de 2008 Anat regresó a Israel en calidad de nueva inmigrante. Llegó al centro de absorción de la ciudad de Ra’anana donde la vida como ola jadasha (nueva inmigrante) no fue nada sencilla especialmente por la dificultad idiomática. El apoyo de su amigo colombiano, quien más adelante se convertiría en su novio y esposo, fue de gran ayuda en su proceso de adaptación.

Anat fue exenta del año de práctica rotatoria en Israel, ya que se tuvo en cuenta su año rural en Venezuela. Durante su estancia en Ra’anana, ella continuó estudiando hebreo y buscando oportunidades en varios hospitales para realizar su especialización. Fue una búsqueda complicada ya que en varios lugares argumentaron que no la podían aceptar debido a que no tenían referencias de ella y la desconocían por completo.

paciente y a la vez médico en Israel
Anat Bierman y su familia. Foto: Cortesía de Anat Bierman

Los dos meses de práctica realizados antes de inmigrar oficialmente fueron fundamentales para Anat ya que a través de ellos se dio a conocer en el Hospital Meir de Kfar Saba donde finalmente fue aceptada en la sección de pediatría, área en la que deseaba realizar su especialización. Otro factor que influyó en su aceptación fue la ayuda recibida por parte del Ministerio de Absorción, el cual se encarga de pagar a los médicos su salario durante los primeros seis meses de la especialización, liberando a los hospitales temporalmente de esa responsabilidad monetaria.

Luego de los primeros seis meses en la especialización, debido a un problema burocrático Anat no recibió su salario durante casi cuatro meses, tiempo en el que luchó con persistencia hasta lograr resolver la dificultad y recibir sus pagos atrasados.

El idioma fue otra de las barreras difíciles de superar para la médica latina, quien se llevaba las historias médicas a su casa para estudiar términos especiales en hebreo. Con respecto a la escritura, solicitaba permanente ayuda de las enfermeras o colegas quienes corregían su ortografía. Fue una dura época de aprendizaje, pero sintió la solidaridad de sus compañeros de trabajo.

Mientras que en su país de origen los médicos son figuras de mucho respeto, Anat ha notado una gran diferencia en Israel donde los pacientes llaman al médico por su nombre y son más “confianzudos”, como ella misma los describe, pero a la vez espontáneos y abiertos.

Cuando Anat estaba un poco más adaptada al país y sólo le faltaban seis meses para finalizar su especialización, su vida dio un giro muy inesperado.

Trabajando en el hospital durante los turnos de las noches, Anat comenzó a sentir una extraña debilidad en las manos, dolor de garganta y mucho cansancio. Sin embargo ella no podía faltar a las guardias nocturnas, de modo que tuvo que hacer un gran esfuerzo.

Estando ya casada y con un bebé de 10 meses, un día Anat se sintió tan mal que se vio obligada a acudir a la sección de emergencias del hospital donde trabajaba. Allí le realizaron varios exámenes que determinaron que se trataba de un problema neurológico, pero sin tener claro de qué se trataba le recomendaron que se quedara hospitalizada. Conociendo los protocolos del hospital, Anat no quiso quedarse y a las dos de la mañana regresó a su casa para poder estar con su hijo con el compromiso de regresa a la mañana siguiente para continuar siendo atendida.

Con sólo unas horas de sueño, la médica tuvo fuerzas para llevar a su pequeño hijo al jardín de niños, pero en tan sólo unas horas su salud empeoró de tal manera que perdió por completo la movilidad de su mano izquierda.

De regreso al hospital y luego de otras pruebas,  los especialistas lograron determinar que Anat padecía el Síndrome de Guillain-Barré, una enfermedad autoinmune en la que el cuerpo ataca el sistema nervioso haciendo que este pierda la capacidad de enviar los impulsos nerviosos a los músculos, causando parálisis, entre otros síntomas.

Viendo que la situación empeoraba y ante las evidentes dificultades de Anat para hablar, comer y respirar, los médicos iniciaron de inmediato el tratamiento. No obstante, su estado de salud se complicó aún más, y fue llevada a cuidados intensivos para recibir respiración asistida. Allí Anat pasó dos difíciles meses paralizada de la cintura hacia arriba, sin poder hablar, respirar o comer por sí misma.

(Lea también: Una vida llena de magia y solidaridad, historia de un mago latinoamericano en Israel)

Pasar de ser médico a paciente en el mismo hospital donde estudiaba y trabajaba fue una experiencia muy difícil para Anat; pese a ello, recuerda que recibió un trato realmente especial; algo que califica de inolvidable.

Anat fue remitida al hospital Tel HaShomer, cerca de Tel Aviv, donde estuvo otros difíciles siete meses hospitalizada en la sección de rehabilitación neurológica en la que a través de un sin número de terapias logró una mejoría en su condición y además le permitían salir con acompañamiento para estar algunas horas con su hijo. Luego de esos meses, Anat regresó a casa junto a su familia pero aún sin haber recuperado el movimiento de sus manos.

Fue necesario un año más de terapias diarias para que la médica recuperara la movilidad en todo su cuerpo.  En total, fueron casi dos años luchando con la enfermedad, tiempo en el que recibió todo el apoyo de su esposo, el de su madre (quien viajó desde Venezuela), una enfermera y en general de toda su familia y amigos.

Por fortuna, antes de padecer la enfermedad, Anat ya había aprobado los dos exámenes reglamentarios de la especialización, y cuando tuvo fuerzas para regresar a su trabajo y culminar sus estudios en el hospital, el jefe de la médica y sus compañeros le dieron un trato excepcional.

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Anat junto a su hijo el día que retomó sus estudios y trabajo en el Hospital Meir luego de su dura batalla contra el Síndrome de Guillain-Barré. Foto: Cortesía de Anat Bierman

Ya que el síndrome que la afectó puede ser desencadenado cuando el cuerpo está excesivamente débil, Anat cree que el elevado nivel de estrés debido a su trabajo, estudios y cuidado de su bebé, fue en gran parte el causante de la enfermedad. Por eso, actualmente, en sus propias palabras,  se ha propuesto tomar la vida y las “cosas con más calma”.

Recordando aquellos terribles y tristes momentos, es difícil para Anat contener las lágrimas; sin embargo, se considera afortunada por haber padecido la difícil enfermedad en Israel y no es su país de origen, ya que el sistema de salud estatal cubrió los gastos hospitalarios y de rehabilitación; el tratamiento y medicamentos recibidos fueron sin duda los mejores. Al respecto ella comentó: “Gracias a Dios yo me enfermé aquí y no en Venezuela porque por la parte económica solamente,  en Venezuela toda mi familia se hubiera arruinado pagando sólo los dos meses de cuidados intensivos…”

“Para todos los médicos latinos que yo conozco los primeros años han sido muy difíciles, pero después de que superaron todas las dificultades, ellos son justamente los que están más estables y han salido adelante.”

Actualmente Anat se desempeña como pediatra en la entidad prestadora de servicios de salud Clalit, trabajo que le permite ejercer su profesión y le da tiempo para estar con su familia que en unos meses tendrá un miembro más. A la fecha Anat espera su segundo hijo y muy pronto le dará la bienvenida.

De Venezuela, Anat extraña la calidez y amabilidad de la gente, el clima de Caracas y la comida. Aunque aún no se acostumbra a ciertos aspectos del carácter a veces áspero de los israelíes, en la actualidad está muy satisfecha de su vida en Israel y de todo lo que ha logrado como médica. Considera que Israel es un gran país para vivir por ventajas como el trato preferencial para los niños, su excelente nivel en medicina, la buena remuneración de su profesión y la seguridad notable en las calles.

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