Abraham Burg: Una voz de peso reflexiona sobra la identidad israelí


Hace un siglo Europa estaba sumergida en el auge de un derramamiento de sangre que llevaba mil años y ahora es el continente pacífico. Aunque hace unos cuantos meses el medio oriente era una de las concentraciones más grandes del mundo de excéntricas y malas dictaduras, hoy estamos en el umbral de un cambio que parece histórico y positivo.  Y cuando el mundo sea así, inmediatamente o al cabo de algún tiempo, ¿podrá el pueblo judío sobrevivir sin un enemigo externo? No es seguro.

Tenemos herramientas comprobadas para enfrentar la persecución, los odios y los pogromos. Pero no tenemos idea ni experiencia sobre qué hacer a la luz de una apertura, recibimiento y plena igualdad hacia los judíos, como también hacia todos los demás.  Esto nos amenaza en lo más profundo y coloca ante nosotros preguntas concernientes a la esencia de nuestra existencia nacional  como “pueblo que habitará solo y con los gentiles no será considerado.” Debido a esto,  tendemos a repetir los patrones enfermizos, las patologías bien conocidas por nosotros de la adicción al odio,  y la actitud distante ante los enemigos, verdaderos o imaginarios. Aparentemente es  preferible para nosotros lo malo conocido y sabido, que lo potencialmente bueno y amenazante.

En este sentido, la fundación del estado de Israel no solo no solucionó los problemas por los cuales la nación se estableció, sino que por el contrario, los intensifico aún más.  Israel es el Shtetl (poblado) más grande del mundo desde siempre.  Es una ciudad grande en la cual barreras de segregación y rencor son levantadas todos los días entre ella y sus alrededores. Muy pocos de nosotros conocemos otras realidades existenciales fuera de nuestra  guerra eterna contra todos, todo el tiempo y sobre todos los temas.

En ese sentido, nosotros, como colectivo, continuamos las relaciones históricas enfermizas entre judíos y gentiles. El gentil es un ser amenazante, pero sin él no es posible ser, porque ¿quién soy yo sin el gentil  “sarteriano” que me define?

Se ha invertido muy poco aquí en el país para desarrollar el modelo de identidad nacional interno, que no dependa de las definiciones del perseguidor externo. Hay una conveniencia aunque no agradable, en dejar la responsabilidad de nuestra identidad en las manos del enemigo.  Hitler decidió quien era judío, y si Hitler no hubiera sido, entonces por ejemplo Yaser Arafat o Ahmadinejad. Cada generación y su trastorno, cada época y su Amán el malvado.

¿Podrá haber otro camino para comprender y vivir la realidad?  Claro, hay odio en el mundo, pero no tenemos el monopolio sobre él.  En el pasado, el antisemitismo era el foco principal del odio occidental. Ya que en el corazón del primer mundo, el mundo cristiano, nosotros éramos los principales extranjeros; hemos sido separados por las dos actividades básicas que definen a una sociedad y a una comunidad: La alimentación y la reproducción.

Los extranjeros son esas mismas personas que viven entre nosotros, pero con ellos no comemos y no nos casamos. “Nosotros” y “ellos” nos abstuvimos por miles de años de compartir la misma cama y la misma mesa.

El mundo cristiano de hoy está completamente construido. La sociedad del primer mundo está saturada de inmigrantes, de “otros” inmigrantes.  Musulmanes y orientales, trabajadores inmigrantes, solicitantes de asilo político, turcos y coreanos, judíos y chinos, paganos e hindúes.

Las reacciones europeas son fascinantes. Parte de ellas, son una apertura sorprendente que se deriva de lo que quedó de las lecciones del terrible fracaso en el trato hacia el “prójimo” judío hasta antes del año 70; y la otra parte de ellas por el aislamiento separatista que engendra la Islamofobia, la xenofobia y el resto de manifestaciones racistas aterradoras, que tampoco pasan por encima de nosotros.

Si, el mundo occidental se enfrenta nuevamente con el problema de “el otro”, con odio y separatismo.  Pero esta vez, nosotros no encabezamos la lista. Nosotros somos solo parte de ella.

Una tendencia en muchos de nosotros encabezada por el primer ministro Netanyahu, es mantener el monopolio del odio.  A nosotros nos odian más que a todos los demás, el odio a los judíos es de más alta calidad, no confundan en absoluto el odio particular a los judíos y todos los odios restantes.  Tratamos de establecer un gueto dentro de otro gueto. El odio a los judíos está aislado dentro del odio hacia todos los demás extranjeros, y este es un terrible error. Hay aquí una gran oportunidad de corregir.  Precisamente nosotros, las únicas víctimas de la historia, debemos cambiar de actitud y de percepción.

Hay un carácter judío interior que no depende de las circunstancias externas. Está enterrado profundamente debajo de capas de traumas históricos, pero su corazón aún palpita de humanismo, de responsabilidad por la paz mundial, de universalidad  sin fronteras.  El establecimiento del estado de Israel, al final de todas sus guerras, necesita posibilitar el desarrollo de  este potencial. Entre otras cosas, el estado del pueblo de los marginados, puede hacer todo los que está dentro de sus capacidades para asistir a los actuales marginados que se encuentran en él. Este estado será el aliado para el establecimiento de una coalición mundial en contra del odio, precisamente en virtud de sus memorias.

El recuerdo de la esclavitud en Egipto, y el recuerdo de los traumas por Amalek, son el fundamento de la reserva de nuestras  memorias nacionales que nunca serán borradas.  Sin embargo, si no dejamos de reconstruir todo el tiempo el pasado, en vez de recordarlo, el futuro  se verá menos esperanzador. Por otro lado, en el estado de Israel y en la gran diáspora judía en Norte América, soplan hoy ráfagas que son también fuentes de viento vigoroso y fascinante. Hoy en día hay nueva música judía, cine, templos seculares, poesía y literatura en hebreo y en Yiddish. Todos estos muy judíos en su origen pero mantienen un diálogo abierto y un reconocimiento sincero de la humanidad universal que hay entre nosotros, sin apologética, en la misma medida de la modestia y también sin arrogancia. Un diálogo entre iguales, judíos y gentiles, no arranca emociones y no arranca lágrimas.

Este es el judaísmo que reconoce dentro de sí mismo su parte también gentil y humana, da y recibe abiertamente.

A través de todo esto, nos debemos preparar para el “día  después del antisemitismo”, la era post-antisemita en nuestras vidas.  Para que el día en que nuestros hijos nos pregunten por qué seguir siendo judíos, tengamos una respuesta que provenga de nuestro interior. No sólo debemos prepararnos para este día, también podemos prepararnos para ello.

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