“Cada quien habla de la fiesta, según cómo le va”, dice un coloquial refrán. Mientras algunas personas no han podido superar el proceso de adaptación en Israel, otras han recorrido un camino difícil pero han logrado amoldarse a las condiciones culturales y económicas del nuevo país que los acoge. La historia de Adriana Dargoltz y su familia es el típico ejemplo de quienes tienen un duro comienzo en el ambiente aislado de un kibutz y luego se abren paso en las ciudades israelíes.
Adriana llegó a Israel con su esposo y su hija de 10 años el 30 de diciembre de 2002, dejando atrás a sus hijos de 18 y 19 años en Argentina. Decidieron hacer aliá buscando un mejor futuro para sus hijos y un lugar más seguro para vivir.
Adriana y su familia llegaron a un kibutz, al norte del país, cerca de Kiriat Shmona en el cual vivieron por 4 años y medio. En ese entonces ella tenía 40 años de edad y su esposo 42. En cuanto al idioma, solo conocían el alfabeto hebreo.
Su plan original era llegar a un lugar cercano al centro de Israel donde Adriana tenía una prima, pero quince días antes del viaje, la Agencia Judía les anunció que irían a un kibutz en el norte. Ya que contaban con algunos familiares en Israel, Adriana y su esposo estaban enterados de la realidad del país y conocían las posibilidades de trabajo. Pese a la advertencia, Adriana afirma que el aspecto laboral fue la dificultad más grande en el proceso de adaptación.
La primera en asimilar el idioma y a la sociedad fue la hija de Adriana, quien a los dos meses y medio de su llegada al país ya tenía amigos en la escuela y el kibutz. Con ellos ha continuado su relación de amistad a pesar de la distancia.
Como la mayoría de los olim hadashim, Adriana tomó el curso de hebreo en el ulpán, lo cual fue un buen comienzo, pues le dio las bases para continuar su aprendizaje del idioma a través del contacto con la gente.
Adriana es masajista, su esposo es licenciado en administración de empresas y técnico mecánico. El primer trabajo de ambos fue en el comedor del kibutz. Al cabo de sólo seis meses de estar en el país, Adriana comenzó a ejercer su profesión en hoteles y spas de la zona gracias al apoyo que recibió de un argentino cordobés, quien la recomendó en los lugares de trabajo y le ayudó a hacer contactos.
Adriana afirma: “encontrar trabajo no es problema; siempre hay trabajos en fábricas o de limpieza, el problema es qué estás dispuesto a hacer y por cuanto tiempo. Además es importante pensar cuanto esfuerzo estás dispuesto a invertir en el estudio del idioma.”
Apenas hace dos años el esposo de Adriana encontró un trabajo, que ellos consideran estable, en la sección de control de calidad de una fábrica. Es un lugar serio y organizado donde los empleados reciben todas las prestaciones de ley.
Entre las dificultades que han enfrentado en la búsqueda de trabajo, está la preferencia por los empleados de origen ruso, cuya presencia es predominante en el norte de Israel.
Adriana y su esposo también encontraron algunos trabajos a través de las bolsas de empleo o Coaj Adam y de la Oficina Nacional de Empleos. No han sentido discriminación salarial ya que si en un trabajo se gana el mínimo, esto se debe a la función y no a quien la realice. Lo que Adriana sí considera que les ha restado posibilidades para encontrar empleo es el factor edad.
Cuando decidieron trasladarse a Ashdod, la hija de Adriana tomó con mucho desagrado la decisión. Sin embargo, con el tiempo reconoció las ventajas de vivir más cerca de Tel Aviv y del centro de Israel. A diferencia del extremo norte, la ciudad de Ashdod ofrece muchas más posibilidades de contactarse con otros latinos que están dispuestos a dar asesoría y apoyo. Ashdod es, según Adriana, un lugar tranquilo y bonito, cerca de las ciudades con mayores posibilidades de trabajo y con una oferta de vivienda mucho más económica que la de Tel Aviv y sus alrededores.
De Argentina, Adriana extraña a sus amigos, pero a diferencia de muchos latinos, no echa de menos la comida ya que en Ashdod se encuentran muchos de los alimentos típicos argentinos.
En cuanto a la comunidad latina, ella ha encontrado personas muy solidarias pero también algunos que no están dispuestos a tender la mano a los demás, argumentando que para ellos fue muy difícil y no le van a facilitar la vida a otros.
En cuanto a la percepción de los latinos por parte de los israelíes ella comenta: “Los argentinos caemos bien, nos aprecian porque somos considerados personas educadas”.
Adriana es actualmente trabajadora independiente. Al principio fue difícil aceptar el comportamiento a veces rudo y áspero de los israelíes. Refiriéndose al tema, ella comenta: “Con el tiempo aprendí a respetar la forma de ser de los israelíes, ellos han pasado por muchas dificultades. Cada uno con su cultura, no los vamos a cambiar ni ellos a nosotros”.
Si pudieran repetir el proceso de aliá, Adriana y su familia buscarían nuevamente comenzar en un kibutz pero preferirían llegar a un lugar en el centro del país, ya que se sintieron muy solos viviendo en Kyriat Shmona.
En su opinión, es un error obligar a un miembro de la familia o a hijos mayores a inmigrar a Israel; todos deben estar decididos a enfrentar el proceso de aliá o aceptar vivir separados de aquellos que deciden quedarse.
A pesar de las dificultades que enfrenta todo nuevo inmigrante y que sus hijos mayores continuaron viviendo en Argentina, Adriana afirma que, sin duda alguna, la decisión de venir a vivir a Israel fue la mejor para su hija, ya que este país le ha ofrecido medios para un buen desarrollo intelectual y la llegada al kibutz fue una experiencia positiva para todos.