A comienzos de los años 2000, la situación económica y social en Argentina llevó a muchos de sus ciudadanos a buscar una mejor calidad de vida y oportunidades en Israel, como en el caso de Débora y Gabriel, dos jóvenes de tradición judía religiosa que se conocieron en Buenos Aires y decidieron comenzar su vida matrimonial en Israel.
La pareja organizó su viaje para el día siguiente de su boda y planearon en principio llegar a Karnei Shomron en Cisjordanía, pero por la situación de seguridad que en ese entonces se vivía en la zona decidieron cambiar los planes y comenzar su proceso de aliá en Ashkelon.
Débora y Gabriel tenían buenas bases en el idioma hebreo ya que estudiaron en colegios judíos y continuaron el aprendizaje del idioma en el ulpán Taka, donde los nuevos inmigrantes además de estudiar la lengua se preparan en otras áreas para facilitar su ingreso a los estudios universitarios. Débora además había culminado en Argentina licenciatura en educación preescolar. Sin embargo, tenía que realizar más estudios para homologar su título en Israel.
Los padres de Débora y Gabriel también emigraron a Israel meses más tarde, pero los de ella no lograron adaptarse a la mentalidad israelí. El padre de Débora, por ejemplo, que siempre trabajó independiente, veía muy difícil seguir siéndolo en Israel.
Luego de unos meses en Ashkelon, Débora y su esposo viajaron a Haifa donde vivieron un tiempo en el centro de absorción (mercaz klitá) y luego con los padres de Gabriel, quien comenzó sus estudios preuniversitarios (mejiná) en el Technion pero debido a que Débora estaba embarazada y las clases le exigían una inversión muy alta de tiempo, él tuvo que abandonar los estudios para dedicarse de lleno a trabajar y cubrir los gastos de la familia creciente.
Los primeros trabajosfueron temporales pero luego Gabriel consiguió empleos fijos en los depósitos de varios supermercados. Fue una época difícil donde tenía varios trabajos a la vez, pero luego de capacitarse como agente aduanero logró ubicarse en una empresa de administración de mercancías donde realiza en la actualidad labores administrativas y está a gusto.
Cuando su hijo tenía tres años, Débora comenzó a trabajar como ayudante en un jardín de niños, donde al principio tuvo dificultades con el hebreo pero las fue superando con la ayuda de los pequeños. Después de trabajar varios años en jardines escolares, una hernia discal le impidió continuar con este oficio.
Luego del nacimiento de su hija menor, Débora decidió estudiar cosmetología y belleza para lo cual recibió ayuda del Ministerio de Absorción que costeó la mitad de los estudios. Primero comenzó en una academia de belleza y continuó en el Instituto Wizo, reconocido también por la calidad de sus estudios en las áreas de arte y diseño.
Los exámenes que Débora tuvo que aprobar fueron tanto prácticos como teóricos y su grado de dificultad aumentaba cuando tenía que hacer el uso apropiado del idioma hebreo para argumentar o explicar ciertos procedimientos.
Al comienzo, ella consiguió empleos en pequeños salones de belleza pero luego decidió independizarse y aunque tuvo un comienzo lento, poco a poco fue ganando el reconocimiento de sus clientas, quienes destacaban en ella el trato cálido característico de los latinos y la recomendaron con otras personas. Además, tiene su propia sala de belleza que ha adecuado con todos sus equipos y cosméticos en su hogar.
En cuanto a los israelíes Débora afirma que es necesario tratarlos con mucha paciencia, en especial a aquellos que expresan una actitud hostil por la falta de tiempo y los afanes. En su constante relación con personas y clientes religiosos, Débora ha percibido que este es un sector un poco más solidario y generoso en el contexto de la sociedad israelí.
Sus dos hijos Shelomo y Shirel, de 11 y 6 años, estudian en un colegio privado donde a diferencia de las escuelas gubernamentales reciben más horas de instrucción. Débora comenta que ayuda a sus hijos con las tareas escolares pero a la vez ellos la corrigen y le enseñan cuando no pronuncia bien o se equivoca al hablar hebreo.
Hoy en día, ella considera que aunque un hijo siempre es bienvenido, si pudiera repetir el proceso de aliá primero comenzaría sus estudios universitarios y luego planearía su primer bebé. También escogería llegar a un lugar que no fuera Ashkelon ya que esta es una ciudad más pequeña que Haifa, donde la presencia de los rusos es más fuerte y la barrera del idioma se hace más notoria.
A pesar de las diferencias en la mentalidad, el lenguaje y la falta del domingo como día de descanso, Débora se siente como en casa en Israel, ya que tiene aún más libertad y facilidades que en Argentina para llevar una vida religiosa y ha logrado, junto con su esposo, adaptarse muy bien a la sociedad y desarrollarse como profesional independiente.
PERDON VIVIR EN ISRAEL Y APRENDER EL HEBREO PRIMERO DIOS